Quizás has estado en terapia o algo sabes de lo que trata, y aunque últimamente se ha desvirtuado un poco el espacio terapéutico por varias razones, aún sigue siendo aclamado y utilizado como refugio para los corazones rotos y las mentes confundidas. Es por ello que, cuando me invitaron a crear este espacio de diálogo con ustedes, no pude negarme.
Estudié psicología y psicoanálisis, entre otras cosas, y he dedicado la mayor parte de mi vida al estudio e investigación de la psique y conducta humana, tanto en el aula como en el consultorio. Así que esta columna nos dará la oportunidad de crear un espacio
de reflexión para cuestionarnos temas que quizás no nos atrevemos a hablar ni con nosotras mismas. Abordarlos, no sólo desde la perspectiva académica, sino más bien vivencial, para con ello lograr descubrir más de nosotras mismas.
Estaba sentada en el cafecito de la esquina de mi casa con Mila, mi perrita, quien al acercarse dos mujeres de treinta y tantos años se aproximó a ellas saludándolas como si las conociera. Este gesto, me permitió dar cuenta de su llegada y viborearlas un poco. Se sentaron en la mesa de atrás, una de ellas venía del gimnasio, o por lo menos su vestimenta daba testimonio de ello, aunque ahora con la moda sport ya no se sabe a ciencia cierta. La otra mujer no recuerdo cómo vestía, pues su abundante maquillaje robó toda mi atención. Ya saben cómo somos a veces las mujeres, nos revisamos y no podemos evitar que uno que otro juicio se produzca espontáneamente. Seguí tomando mi café, cuando sin querer escuché a una de las mujeres decirle a la otra: “creo optaré por empezar a salir con mujeres, estoy harta de los hombres y sus patanerías”, comentario que robó inmediatamente toda mi atención, a lo cual su amiga respondió: “ay no, qué horror, guácala coger con una mujer, y además cómo, osea no entiendo como le hacen las lesbianas”, -a lo que la amiga le contestó: “ay wey no te hagas que bien que el día que andábamos ahogadas nos dimos de besos toda la noche en el antro, que porque a tu güey le excitaba, pero yo te noté muy contentota y ni una vez dijiste ¡guácala!”. Me moría por voltear y ver la cara de la mujer que había sido descubierta en sus gustos ocultos y perversos, pero me aguanté porque si se daban cuenta de que estaba escuchando seguramente dejarían la conversación al verse evidenciadas en su escondida bisexualidad.
La conversación siguió en el mismo tono, donde una proponía las ventajas de estar con una mujer, refiriéndose al entendimiento emocional y a los prototipos culturales de ser mujer, a lo cual la amiga siempre debatía con un pero sexual. Mmmm yo pensaba: “esta mujer ya se calentó con la idea de estar con otra mujer y todos estos argumentos son para convencerse a sí misma de reprimir su deseo inconsciente”. Moría de ganas de intervenir en la conversación y a su vez observar sus expresiones al hablar del tema. Entonces tuve la maravillosa idea de cambiarme de silla para dejar de darles la espalda y poder observarlas, lo hice muy discretamente y ellas ni cuenta dieron, pues el tema las tenía atrapadas.
Al observarlas descubrí un brillo de emoción en sus rostros, se interrumpían y reían a carcajadas nerviosas al imaginarse cómo sería estar con otra mujer, pero en un momento la mujer que vestía ropa disque de gym dijo: “pero imagínate que llegue a mi casa con una mujer como mi novia, a mi mamá le da algo“, y el silencio y la culpa las atrapó, por lo que la amiga respondió: “sí, porque una cosa es ser gay, pero bisexual eso si ya está muy raro, porque los hombres me seguirán gustando toda la vida”. Y así sin más la conversación tomó un giro abrupto para hablar de la dieta Keto y sus beneficios.
Me quedé en shock, congelada por unos segundos pensando y cuestionando lo que acababa de suceder frente a mí. Así como pude sentir su excitación al hablar sobre la posibilidad de estar con otra mujer, pude sentir la culpa y el rechazo que llegó al mencionar el “deber ser” representado por su mamá. Wow, cuántas cosas no nos permitimos explorar y descubrir por las creencias impuestas del deber ser, que si nos atrevemos a cuestionar son muy frágiles y poco sustentables.
Para empezar, biológicamente el cuerpo de la mujer podríamos decir que tiene principios bisexuales, y qué es el clítoris sino más que un pene pequeño y los labios vaginales un posible escroto, y cuidado, no se me vayan a enojar mis amigas feministas, no es que seamos hombres incompletos, sino que nuestro origen sexual es el mismo de hombres y mujeres. Para las feministas el pene es el clítoris de mayor tamaño y el escroto unos labios vaginales muy desarrollados. Por lo cual también podríamos pensar en la bisexualidad en los hombres, como Freud proponía en ambos sexos, pero ese no es tema que hoy nos interese.
La neta, cuántas veces entra una mujer guapísima a un restaurante y la voltean a ver hombres y mujeres, a veces mas mujeres que hombres, y a las mujeres nos encanta decir que es porque la estamos viboreando, sin aceptar que mientras la viboreamos también la sabroseamos con los ojos, de hecho, me atrevo a decir que la mayoría de las mujeres nos hemos sentido atraídas sexualmente por lo menos por una mujer, y eso no nos convierte en lesbianas como tal, pues nos siguen gustando los hombres y sus penes. Sin embargo, en muchas de nuestras fantasías están involucradas otras mujeres. Es más, si ves una peli cachondona, no nada más te excitas al ver al hombre, lo que te prende es ver hombre y mujer en el acto y al ver el cuerpo femenino no te parece desagradable, al contrario, lo disfrutas de igual forma que el cuerpo masculino.
Como se podrán dar cuenta, este encuentro inesperado con la posible bisexualidad de la amiga (que no sabemos bien si va o no al gym), me dejó pensando y reflexionando en la sexualidad femenina y todos los tabús que aún cargamos. Cuánto nos afectan las etiquetas, los términos y, aunque a veces nos sintamos muy libres, seguimos muchas de nosotras llenas de introyectos* que no nos permiten vivir nuestra sexualidad con curiosidad y libertad.
(*Entiéndase como introyecto esas creencias que viven en tu inconsciente, que no sabes que están ahí, y que en conversaciones salen disparadas con juicios como “qué horror besar a otra mujer”.)
Me fui a casa caminando muy lentamente perdida en esta reflexión hasta que me interrumpe una llamada de mi madre. “¡Hola Ma! ¿Qué onda, cómo estas?”. -A lo que mi mamá respondió: “te he llamado tres veces y no contestas hijita, ¿pues qué haces?”. En ese momento me surgió una gran idea y lancé un proyectil a mi pobre madre diciendo: “mamá, ¿tú alguna vez te sentiste atraída por una mujer?”, -se hizo un silencio-. “¡Ma!, ¿estás ahí?”, -y después de otro silencio prolongado respondió: “¡espera, estoy pensando!”, -abrí la boca tanto como tú lo acabas de hacer, no podía creerlo, mi madre tan conservadora no respondió inmediatamente con un “¡no, estás loca!”, así que me quedé callada y entonces respondió: “¿atraída cómo?”, -a lo que respondí: “osea, que te gustara, que disfrutaras mucho estar cerca de ella, que la vieras y pensaras qué guapa es y que quizás hasta unos besos le hubieras dado”. Mi mamá lanzó una risita nerviosa y respondió: “todo menos lo de los besos”. Y solté una carcajada, por lo que mi madre se defendió inmediatamente: “ay hijita, cómo iba a pensar en darle besos a una mujer, si de por sí pensar en dárselos a un hombre ya era pecado”. Cambió la conversación pidiéndome que ya no la hiciera perder más tiempo con mis cosas psicológicas y colgamos.
Wow, me quedé aún más reflexiva al pensar que inclusive mi madre se pudo sentir atraída por una mujer, pero jamás pudo decírselo a sí misma y lo vivió como una hermosa y cercana amistad.
Recordé a mi gran amiga de juegos de infancia con la que exploré por primera vez mi sexualidad jugando a darnos besos, poniendo una mano en medio de nuestras bocas y dándonos unas frotadas buenísimas cuerpo a cuerpo. Aunque, claro, esas experiencias infantiles no definen tus preferencias, las vives con quien se puede y quien está cerca. Ya me imagino que me encerrara con un amigo hombre en el cuarto a “jugar” y mis papás me hubieran castigado hasta los 20 años sin salir por promiscua. Así que si te das cuenta, querida amiga, es muy probable que, aún sin saberlo, hayas sentido atracción sexual por otra mujer, claro que algunas responderán: “yo nunca”, pues lo más probable es que lo reprimiste porque no te gusta la idea. Sin embargo, el que te haya sucedido o si te sucede alguna vez en el futuro, no define ni te pone en un casillero, sólo te da la posibilidad de vivir la bisexualidad al sentirte atraída por los dos sexos en diferentes momentos de tu vida o quizás al mismo tiempo. Si es así, no te juzgues ni tampoco te pongas etiquetas, pues no sirven de nada. Sólo permítete sentir, fluir y ser. Inclusive tu cuerpo tiene la particularidad de crear un orgasmo fuera (clitoriano) y dentro (vaginal) de tu cuerpo, pareciera que de fábrica tenemos la posibilidad de vivir el placer tanto con hombres como con mujeres.
Ahora bien, esto no te obliga a nada ni quiere decir que por ser mujeres somos bisexuales, pero te da la posibilidad de explorar tu sexualidad en otro lugar que no sean penes y barbas, pues sentirte atraída por otra mujer quizás es más natural de lo que siempre creíste.